- [17:22] Caleta de Sebo (La Graciosa)
[20:15] Playa de Famara, en 29º07'44,1N 013º32'11,5W
Tiempo nadando: 2h:52:59
Distancia estimada: 12,3Km (distancia en linea recta sobre el mapa)
Ritmo efectivo: 1:24,4/100m (tiempo real / distancia sobre el mapa en hectómetros)
Distancia nadando, de GPS: 14,6 Km (119%)
. - Como estaba previsto, tomé el ferry a la Graciosa de las 16:30. Durante el trayecto conversé con un marinero y con un hombre de Salamanca, residente en Tenerife, nadador también, que venía a pasar unos días pescando; fue muy agradable.
Poco después estaba preparado para empezar a nadar. Unos amigos que esaban allí en un velero, me hicieron las fotos de la salida:
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. - Estoy cansado y contento.
He nadado casi recto, muy lejos del risco, por mar abierto. Ayudado por el viento y las olas, iba a velocidades increibes. Con deciros que he vatido varias veces mi record personal de 1500m en piscina durante el trayecto, jeje. Ha habido tramos largos, de más de 1Km, en que iba a 5Km/h o sea 1'12''/100m. - La travesía ha sido una gozada. Empezé nadando bastante deprisa, y desde el principio decidí no atravesar el Río por el camino más corto sinó ir navegando dirección Famara lo más recto posible. Hay que decir que Caleta de Famara se encuentra a más de 7 millas náuticas de mi punto de partida, por lo tanto dese el agua no se ve ni por asomo. Pero no es dificil nadar siempre recto teniendo el Risco como referencia; "la montaña me acompaña" me repetíra yo mientras nadaba algunas veces. El Risco se ve imponente desde el agua; no sé si podeis imaginaros nadando con una pared de 600m de altura de un lado y del otro lado el horizonte oceánico con el Sol camino del ocaso.
- Esta es la vista del Risco en una foto hecha desde La Graciosa el día anterior, es un pequeño montaje de dos fotos pero os podeis hacer una idea de cual era mi panorámica:
Cuando llevo 48 minutos nadando me doy cuenta que hace un rato que no escucho la vibración del GPS que va cogiendo los parciales cada 100m. Decido parar para ver que ocurre. Me quito el gorro y compruebo que en algún momento ha perdido la señal de los satélites. Es raro pero a veces ocurre, con el oleaje, aunque lo llevo en la cabeza y va casi siempre fuera del agua a veces se queda el tiempo suficiente sin cobertura como para que luego le cueste volver a conectar. Decido tomar un waypoint y comenzar un nuevo crono para conocer después mi posición y recomponer el trayecto. Al tratar de ponermelo de nuevo en la cabeza el gorro se rompe. Algo ha tendio que ver que mi can le diera unos simpáticos mordiscos el otro día, al gorro y a las gafas. Me lo pongo en la muñeca y considero parar de vez en cuando a tomar un waypoint. Para mi sorpresa, en la muñeca no vulve a perder los satélites durante el resto del trayecto.
Los números me entusiasman, lo reconozco, pero hoy la velocidad no tenía nada que ver con lo que decía la máquina de medir tiempo y distancia. Hoy la velocidad se sentía en cada brazada. Hacía muchos años que no tenía la sensación de nadar tan deprisa, y es fantástica. Cuando uno nada en una piscina, uno echa muchas horas para poder nadar rápido durante uno o dos minutos en la competición. Hoy el viento movía el agua superficial hacia allá hacia donde yo iba, y aunque mi velocidad relativa dentro del agua no sería mucho mayor que la de otros días, como la velocidad del agua no es constante sino que se mueve en forma de olas, yo podía percibir perfectamente como en algunos momentos mientras uno de mis brazos entraba en el agua el impulso que me daba el otro me permitía deslizar mucho llevando el brazo estirado lejísimos. No sé muy bien cómo explicar la sensación: es como estarse tirando de cabeza al agua una y otra vez, en cada brazada, algo muy divertido.
Luego es que no me casaba, así que braceaba y braceaba llevado por las olas y la euforía. Sonreía, lo juro. Alguna vez durante unos instantes miraba al fondo profundo, trataba de mirar hacia allí hacia donde ya no podía ver y me daba un pequeño escalofrío. Miraba al Risco y lo veía lejos, miraba al frente y no distinguía la playa, miraba atrás y la islita era un pasado lejano. Me sentía un poco solo, sentía un poco de miedo y me repetía como en un mantra un poco naíf la frase "la montaña me acompaña"; para hacerme consciente de que a no más de veinte minutos tenía la tierra firme en el peor de los casos. Por lo demás, braceaba, estirba el brazo, alargaba la punta de los dedos que se deslizaban en el agua, sentía su frescor y veía chisporrotear las gotas ilumindas por las últimas luces de la tarde. Y sonreía.
Durante la última hora pasé sin embargo algún apuro. Los brazos respondían muy bien, no sentía cansancio ninguno a pesar de que podía pagar el haberme dejado llevar por el entusiasmo a unos ritmos demasiado rápidos para una jornada tan larga. Tenía que pensar muy friamente que la playa es grandísima y que incluso en la noche más cerrada no tendría problema para salir del agua, tenía que pensar que conocía la distancia, mis ritmos y los rumbos, que vería las luces de Caleta de Famara en el peor de los casos, pensaba que la corriente me era faborable, que me llevaba hacia donde tenía que ir... Pensaba. Todo eso pensaba, pero recuedo bien cuando las últimas gaviotas dejaron de acompañarme, hacia las siete y media de la tarde; recuerdo bien que a esas horas tanto el risco como la playa parecían inalcanzables; recuerdo bien haber observado brazada tras brazada como el Sol se acercaba al horizonte y yo levantaba la cabeza una y otra vez para buscar una referencia clara a la que dirigirme, esperando realmente poder apreciar que las distancias se estaban acorando.
Hay un momento en que uno tiene que dejar de pensar, todo lo pensable está pensado y seguir pensando solo aliemta el miedo. Entonces puede uno volver a concentrarse en nadar, en nadar continuo y tranquilo. Decidí no volver a mirar el reloj cuando eran aproxiamadamente las 7:50, un par de minutos después de la puesta de Sol. No se de donde me salió una tranquilidad pasmosa que me acompañó hasta el final.
Con el azimut de la puesta del Sol como última referencia y la siluetas del risco ya en penumbra libré la rocas que hay en el agua muy al final de la Playa. Unos pocos cientos de metros después me puse en pié sobre la arena, en los últimos instantes antes de la noche cerrada. Caleta de Famara, unas luces a lo lejos, a unos dos kilómetros detrás de mi.
Lo primero que hice fue sacar el teléfono de la bolsa estanca para decir a mis amigos que había llegado con bien. Las manos me temblaban de frío. No hacía frío pero yo había gastado muchas energías. Tuve que sujetar una mano con la otra para poder teclear un mensaje: "he llegado a la playa".
Me encuentro bien, muy bien. Las sensaciones son estupendas. Pero aun me queda quehacer. Me seco, me visto la ropa de correr y me pongo la bolsa estanca a modo de mochila con el cabito con el que hace un minuto tiraba de ella. Comienzo a correr descalzo por la playa. Unos minutos después se enciende un faro a mi espalda, inmenso.
Qué más se puede pedir?
Bueno se puede pedir más: mi coche está a más de 10Km, en La Villa de Teguise, y quien podría venirme a buscar no responde a mis llamadas. Pero salgo a la carretera correindito, ya calzado, y cuando sólo he recorrido 4Km desde que salí del agua, el cuarto coche que pasa se detiene para ver que le ocurre a este hombre en calzones de correr, iluminado por una luz intermitente roja que va en mi mano.
Una pareja, un hombre y una mujer, de San Bartolomé. Amabilísimos. Me llevan hasta mi coche, ex profeso. De camino les cuento mi aventurilla y charlamos de la isla, del clima fantástico en estos días de comienzo del otoño, del invierno pasado, lluvioso, inusual... Agradecido, muy agradecido; la sensación que me deja su amabilidad es... estupenda. Ha sido una experiencia maravillosa.
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